Por: Sibil de la Hoz
Médico General experta en Constelaciones Familiares.
En la vida que llevamos y que hemos construido actualmente nos hemos acostumbrado a la inmediatez, a lo instantáneo, a que todo se tiene que hacer o tener ya. Casi siempre se lleva el trofeo el más veloz, el que cumple primero las metas, el más vital, el que siempre está “bien” y aprovecha al máximo su tiempo.
Cada una de estas situaciones cotidianas nos ha llevado a no respetar las indicaciones o señales que nos envía el cuerpo. Entonces no atendemos ni nos permitimos sentir, en medio de nuestra agitada vida, la sed, el calor, el dolor, el cansancio; hasta tal punto que no somos capaces de sentir o reconocer que eso está sucediendo.
Un patrón que hemos aprendido y que ha pasado de generación en generación es que “no pasa nada”: el niño se cae y con la rodilla lastimada, la mamá le dice: “Ya, mi amor, tranquilo, no pasó nada, eso no es nada; mira, ya sanó”. Y ese es un mensaje que el niño asimila, en un acto de introyección, de la siguiente manera: “Lo que siento no es cierto, no está bien sentir el dolor por mi rodilla lastimada, no está bien sentir lo que estoy sintiendo”.
Esta situación es reforzada por un mecanismo que la mente ha creado como estrategia para sobrevivir y es el de deshacernos de todo lo incómodo, de todo lo que cause malestar. Esto sucede porque la sensación incómoda de dolor, de malestar o de sufrimiento es igualada con la sensación de morir, entonces la mente “bloquea ese sentir”, ayudada por el recuerdo de que “no pasa nada”, aunque sí esté pasando algo, y lo que verdaderamente está sucediendo es que nos negamos a sentirlo.
De ahí que ante cualquier síntoma, llámese dolor, fiebre, sudoración, inflamación, etc., nos llenemos de miedo y empecemos a pensar, por ejemplo: “Si estoy sintiendo esto, es porque algo me pasó, algo me atacó, cometí un error, enfermé porque me cayó una maldición, por mi mala suerte; esto lo heredé de mi madre o de mi padre, ¿qué fue lo que hice mal?”, etc.
El paso siguiente, como seres humanos, es buscar cualquier estrategia posible para deshacernos de eso “tan malo” que estamos sintiendo; en consecuencia, no nos permitimos reconocer y aceptar esa realidad.
Por ejemplo en la crisis actual que no es de salud sino administrativa, social, local, emocional, etc., por causa de la “sindemia”*, vemos personas que al menor síntoma van buscando la famosa prueba de PCR para descartar un coronavirus: “Tengo dolor de muela, hay que hacer la prueba”, “Tengo dolor de estómago, dolor de cabeza, afonía, me duele el oído… ¿Dónde está la prueba?”. ¿De verdad, somos tan vulnerables que cualquier cosa nos puede destruir? ¿Será que la vida, en todos sus procesos desde hace más de 3.800 millones de años hasta la fecha no ha conseguido o logrado mostrarnos que ha superado multitud de circunstancias y situaciones?
Si vemos la historia evolutiva de la especie hasta lo que somos hoy, hemos superado mucho. Del hombre de las cavernas muerto de miedo por el acecho de un depredador al homo sapiens que diseña y envía una nave al espacio, creo que algo hemos superado, algo hemos aprendido, algo hemos evolucionado.
Nos hemos vuelto eficientes en gerencia, producción, explotar la naturaleza, explotar la vida, etc., y desconocemos el manual de instrucciones de la herramienta y mayor recurso que tenemos y que es el cuerpo. Nos hemos vuelto eficientes “hacedores” desde la idea de usar para luego descartar sin escuchar la sabiduría de esos más de 3.800 millones de años que está implícita y siempre disponible para nosotros a través de esto que llamamos enfermedad o síntoma.
Cuando compramos un celular aprendemos a manejarlo con manual o sin él, a ponerlo bonito, funcional y estamos pendientes de cualquier falla en su sistema para llevarlo a revisar o para actualizarlo. Sin embargo ¿qué pasa con este equipo (el cuerpo) con el que conseguimos y disfrutamos todo lo que trabajamos? No nos tomamos el tiempo para saber si tiene manual. “¡Ahh!, es que el médico se quedó con el manual; él debe saber, él debe responderme por lo que no funciona bien”. Y de lo que no nos damos cuenta es que a través de los síntomas o los malestares que produce una enfermedad, el cuerpo está renovando y actualizando este equipo.
Frecuentemente solemos considerar muchos de los supuestos malestares o síntomas que se producen en nuestro cuerpo como situaciones por resolver, porque alguien de nuestro entorno familiar o social nos ha hecho creer que así es. Y ¿realmente lo son? ¿Es realmente así para ti? ¿Cuántas veces después de una mal llamada “enfermedad” o crisis de salud salimos de ella siendo seres humanos distintos, viendo la vida, la salud, nuestras relaciones, nuestro entorno, de forma diferente?
¿Podría ser que este síntoma o esa incomodidad sean una señal de nuestro cuerpo para pedirnos tiempo, para decirnos que paremos, para contarnos que no estamos durmiendo bien, que la relación en la que estamos ya no va, que el trabajo en el que estamos nos hace sentir amenazados, que esa decisión que tomamos no es la más benéfica para nosotros y, por ende, para el entorno y la especie?
Es por eso que aprender cómo funcionamos, cómo responde nuestro cuerpo y cómo responde nuestra biología, nos da el poder de la tranquilidad. Estar y sentirnos tranquilos es uno de los mayores regalos que nos podemos dar porque nos genera libertad y nos fortalece. Es justo en ese momento cuando le perdemos el miedo a los síntomas o a lo que en el cuerpo estamos sintiendo y empezamos de verdad a entablar un diálogo con él y a reconocer lo que verdaderamente está ocurriendo, lo que nos permite disfrutar cada instante de esta experiencia llamada vida.
¿Quieres conocer más?, este artículo es la invitación a que nos acompañes en un viaje para compartirte información y herramientas con las que puedas conocer cada uno de los manuales y de las aplicaciones que están incorporadas en nuestro cuerpo, un viaje que con toda seguridad te ampliará la comprensión sobre tu humanidad y que redundará en mayores espacios de armonía, tranquilidad y paz.
Escrito por: Sibil de la Hoz