Perder ganándose a uno mismo por María Lylliam Paeres Castaño, adaptado del libro “La llave de la buena vida” de Joan Garriga
A todos nos gusta ganar, sentirnos exitosos y valiosos.
Sin embargo pensar que nuestro bienestar y nuestra felicidad dependen de que las cosas siempre salgan bien o según nosotros deseamos, o de que siempre estemos ganando, brillando o teniendo éxito es una apuesta muy arriesgada para la vida.
Si no nos preparamos , trabajando nuestro interior cuando nos va muy bien, corremos el riesgo de envanecernos, endiosarnos o sentirnos demasiado orgullosos de nosotros mismos, creyendo que somos especiales, distintos a los demás, y que nuestro éxito es por mérito propio sin reconocernos instrumentos de un movimiento más grande que nos toma; sin reconocer que el genuino éxito es servir, o sea poner a disposición de la vida nuestros talentos y capacidades, y que ese al que llamamos “yo” es insignificante frente a la inmensidad de la existencia.
Identificarnos tanto con el ganar y con una idea inflada de nosotros mismos, nos lleva a perder el contacto con lo real de la vida y con el hecho de que todo es perecedero.
Los budistas dicen, todo lo que existe cambia y es impermanente, incluyendo el éxito, las victorias y las ganancias, por eso caer y fracasar hacen parte de la vida, y por eso es arriesgado hacer depender el gozo de vivir, de que las cosas sean de una determinada manera, una manera que para la mayoría de nosotros tiene que ver con el ganar.
Debemos prepararnos para asumir lo que hacemos y vivimos, y para afrontar los sinsabores, las adversidades, las inclemencias, las pérdidas y los retos cuando lo que ya no sirve en nuestra vida se derrumba, como sucede en la enfermedad, en las quiebras, en las pérdidas por catástrofes naturales, en la muerte de nuestros seres allegados, en las rupturas sentimentales, todos sucesos propios de la vida.
Algunas crisis se presentan para liberarnos de nuestras imágenes acerca de quiénes somos, y de cómo deberían ser las cosas. Ellas exigen de nosotros aceptación y concordancia con lo que es, y nos regalan libertad, humanización y hasta alegría, al permitirnos reconocer que podemos y debemos tomar todo lo que la vida nos da con humildad, sin olvidar que algún día tendremos que desprendernos de todo.
Ante la abundancia del universo parece fácil ganar, pero si no reconocemos a esa voluntad más grande que nos lo permite, podemos perdernos en el camino.
Sabremos que no estamos perdidos si seguimos siendo capaces de vivir en el presente, manteniéndonos humildes y conectados con lo simple, y alertas a temas o comportamientos que nos alejan de nuestra intención de mantenernos centrados y felices.
El primero de ellos es la dificultad, o incluso la imposibilidad de tomar con alegría lo ganado.
Afirmamos que deseamos lo bueno y agradable, por ej. la buena salud, relaciones satisfactorias, abundancia y seguridad económica y material, pero inconscientemente esas intenciones no siempre son seguidas por la mente emocional.
Como dice Joan Garriga, en su trabajo como terapeuta ve a personas a las que les resulta difícil tomar con alegría lo bueno que la vida les da y celebrarlo con gratitud, porque emocional e inconscientemente lo viven con culpa, como si fueran desleales con aquellos con los que están o estuvieron vinculados por lazos de amor que tal vez no tuvieron mucho bienestar en sus vidas, o que simplemente fueron desdichados e infelices.
¿de qué manera somos leales? ¿Cómo nos limitamos por lealtad?
Estamos impulsados con fuerza hacia la vida, pero en lo inconsciente e invisible de nuestras vivencias puede aparecer el recuerdo de seres amados que no lo lograron, y en lugar de comprender que teniendo avances y una buena vida, podemos honrarlos y agradecerles, nos boicoteamos, en una lealtad hacia ellos que nos iguala en la pérdida, en la carencia, en el sufrimiento, sintiendo una especie de solidaridad con la que creemos que les demostramos nuestro amor.
La lealtad y el amor se demuestran en el más, no en el menos; ser leales a los nuestros y a nuestros antepasados en el más, significa permitir que sus buenos deseos hacia nosotros nos guíen, sin importar las experiencias duras que ellos hayan vivido.
Joan Garriga pone como ejemplo a una mujer que boicoteaba todas sus relaciones de pareja y la posibilidad de ser madre, provocando varios abortos de hijos de distintos hombres. Inconscientemente era leal a una de sus abuelas, enojada con su marido que le era infiel con una mujer de la cual también tenía hijos. La abuela no superó su rabia y en lugar de vivirla y separarse de su marido como hubiera querido, expresaba a lo largo de su vida frases en contra de los hombres que su nieta escuchaba. La abuela no habría querido que la nieta sufriera por no disfrutar de un marido y de hijos, y sin embargo esta tenía una lealtad con la abuela en el menos, o sea en la desdicha, como si quisiera vengarse de los hombres en nombre de su abuela, aunque esta función no le correspondiera.
Conocemos personas que afirman no querer ser ricos porque consideran que el dinero complica la vida, o que quien lo tiene ha hecho algo malo para conseguirlo, encubriendo una falta de permiso para obtener bienestar, para elegir lo que le conviene y le facilita la vida, pues la idea de vivir como rico lo hace sentir culpable, como si traicionara el origen de sus antepasados cuando todos o algunos han sido humildes, o como si traicionara a los menos favorecidos de su sistema familiar.
Ser leales en el más, es desarrollar lealtades que nos inspiren a ir aún más lejos de lo que les fue posible a nuestros ancestros y a tener una vida más rica y plena, reconociendo que deseaban que su descendencia viviera una vida larga y feliz, permitiendo que nos ubiquemos en una de las principales dimensiones del amor: El Respeto.
Respeto claro y profundo a la vida de cada uno tal como es, y tal como fue, sin pretender llevar cargas en lugar de otro, ni seguirlo en su desdicha, enfermedad, o muerte, sin pretender reparar nada en su lugar, honrándolo en el más y no en el menos. De modo que para algunos de nosotros se hace necesario desactivar los mecanismos con los cuales nos boicoteamos, y abrirnos a todo lo hermoso que la vida nos da.
Otra actitud que aparta de la felicidad es la de atribuir nuestras ganancias y logros exclusivamente a nuestros méritos, aprovechándolos para envanecernos y agrandarnos e inflar nuestro ego.
Necesitamos ser reconocidos, importante, valiosos, pero el exceso nos aleja de nuestra naturaleza esencial, haciendo que nos perdamos al identificarnos con nuestros logros, posición, situación, bienes, y al confundir nuestro ser con nuestro tener, sin entender que los logros y realizaciones han sido instrumentos de la vida, experimentándose y realizándose a sí misma a través de nosotros, que nos ha tomado para esta función como un regalo y un honor que debemos agradecer.
Así que el halago y la crítica debemos recibirlos tomando cierta distancia, con un relativo desapego sin que se entronicen en el alma.
Quienes no se pierden así mismos en su ganar, se mantienen humildes, reconociendo a algo más grande como responsable de sus éxitos y contribuciones, sin dejar de reconocer el esfuerzo que pusieron en lo que obtuvieron. Se sienten vehículos o instrumentos de propósitos más altos a los que sirven. Experimentan gratitud.
Y un tercer tema o actitud que nos aparta de nuestra felicidad es el de no concebir lo ganado y lo realizado como un servicio a la vida y a los demás.
En el Entrenamiento Ordenando el Sistema Familiar aprendemos que lo que nos expande a nosotros, expande la vida. Esta idea del servicio a la vida trasciende el yo, que lucha, compite, destruye, se falsifica, esgrime la mente como principal bandera, se agranda, no es cooperativo ni colaborador, no piensa en términos de nosotros, de comunidad y de servicio, y pretende sustituir al Ser. El antídoto contra la grandeza del yo es el sentido de servicio a la vida, la comprensión de que hay algo más grande y sagrado fuera de nosotros mismos que nos otorga y que nos da todo.
Comprensión que nos permite salir del yo y sus vanidades permitiéndonos agradecer, tomar y alegrarnos cada día con lo que la vida nos trae.
La gratitud nos acerca al bienestar, a una vida real y gozosa, a una aceptación de lo que es, o de lo que ha sido y no puede ser cambiado. Las personas más felices son las más agradecidas y las más agradecidas son las más capaces de tomar lo que la vida les da a cada momento y una vez más agradecerlo. Y cuando agradecen, aumenta su tomar y cuando aumenta su tomar, aumenta su agradecimiento con lo cual se produce un bucle de gozo, un movimiento interno de más y más alegría.
Byron Katye lo explica diciendo que su fórmula es “la adhesión incondicional a la realidad”, porque según ella cuando se pone en contra la realidad simplemente sufre.
Adherirse incondicionalmente a la realidad no es tan fácil, ya que siempre están presentes nuestras imágenes interiores, que pelean contra ella.
En el entrenamiento Ordenando el Sistema Familiar aprendemos a tomar, a agradecer y a permitir que la realidad llegue tal y como es, incluyendo estar de acuerdo en ser quienes somos, tal como somos, en cada momento, con lo que nos agrada y desagrada de nosotros mismos, expandiéndonos cada vez más, actitud con la cual podemos servir y sentirnos sostenidos.
Así como es importante saber ganar sin perdernos a nosotros mismos, es importante saber perder ganándonos a nosotros mismos. Perder nos obliga a reconocer límites y heridas, llevándonos a rendirnos ante lo difícil, y reconociendo la fragilidad de la condición humana.
Al igual que para saber ganar hay temas y actitudes a tener presentes, las hay para saber perder:
La primera es evitar atribuirle las pérdidas y las contrariedades única y exclusivamente a las acciones personales, aprovechándolas para culparnos y denigrar de nosotros o para vapulear nuestra estima.
Así como es aconsejable evitar la autoatribución de méritos, ganancias y logros, es saludable atribuir pérdidas o fracasos a la estricta voluntad de algo más grande, y no a uno mismo, evitando entrar en la otra cara del engrandecimiento, que es el empequeñecimiento, alimentado por críticas en lugar de halagos, y por culpa en lugar de humildad.
Ante las pérdidas y los fracasos, nos preguntamos qué debemos aprender y mejorar, sin comprender que es probable que, inconscientemente, estén actuando en nosotros lealtades invisibles que nos llevan a repetir destinos familiares o a pagar culpas ajenas.
Esto es especialmente cierto cuando se producen muertes de personas muy queridas o tragedias, inclemencias o catástrofes, que nos hacen pasar por intensos procesos emocionales, los cuales, con el trabajo interno, culminan con una especie de alegría y un sentimiento de mayor humanización, expansión y rendición.
Otro aspecto o actitud a tener en cuenta para perder ganándonos, es no permanecer en la queja ni el sufrimiento, los cuales no nos dan derechos especiales y mucho menos derecho a causar más sufrimiento a nuestro alrededor, al evitar realizar el proceso de duelo quedándonos atrapados en nuestra desgracia, y eludiendo el trabajo interior que lleva a la comprensión y culmina en la aceptación.
Nada tiene el poder de hacernos desdichados excepto nuestra propia actitud, y no hay ningún argumento legítimo para la infelicidad. Cualquier pérdida es una oportunidad para aligerarnos, soltar apegos, identificaciones, liberar ataduras, creencias y falsas ideas, y para reconocer que nada nos ha pertenecido y sólo en nuestra mente lo creíamos propio y para siempre. En eso consiste perder ganándose a uno mismo, o mejor dicho perder, reconociéndose a uno mismo realmente como es.
El entrenamiento Ordenando el Sistema Familiar da herramientas para no caer en el juego de la culpa y el castigo, y de la arrogancia de oponernos a la vida en las ocasiones en las que se expresa y se impone a través de lo que duele.
Para perder ganándonos a nosotros mismos, otra actitud que nos enseña, es la de evaluar las pérdidas, a fin de identificar qué parte de ellas se dan por una lealtad a otros en el menos.
Es desconcertante ver el alivio que sienten algunas personas cuando reciben malas noticias por ejemplo sobre su salud, su riqueza o su vida, porque en su interior hablan voces inconscientes que ante la desgracia expresan cosas como “lo merezco porque tengo que pagar por…” O “es natural, estas son cosas que ocurren en mi familia” etc. A veces detrás del dolor extremo aparece una sensación de “ es lo que corresponde”, o inclusive una sensación de alivio que nos hace sentir inocentes y allegados a nuestros seres queridos. Así se manifiestan las lealtades invisibles en el menos.
Cuando la pérdida, el infortunio o la contrariedad nos visitan, debemos preguntarnos si alguna parte inconsciente nuestra los desea, si no estábamos anhelándolos, si no hay en nuestro interior una parte que desea hacernos permanecer fieles a los dictados del sistema familiar valiéndose de la culpa.
Aprendamos a expresar nuestras lealtades en el más y no en el menos, en la alegría y no en las lágrimas, en la expansión y no en la contracción. Aprendamos a fluir con el impulso de la vida a pesar de los pesares.
Extraído del libro “La llave de la buena vida” de Joan Garriga