Origen de las Relaciones Adversarias entre Hombres y Mujeres. Escrito por Mónica Giraldo (traducción y adaptación de textos de los libros de Alison Armstrong)

Por miles de años de historia humana, las mujeres hemos necesitado a los hombres para sobrevivir. La capacidad para cazar, defender y construir se ha basado primordialmente en la fuerza física que los hombres ostentan por diseño. 

Si te cabe alguna duda de que esto es así, tal vez por las series de televisión y películas donde vemos heroínas capaces de dominar a hombres grandes y musculosos con unos pocos movimientos físicos, piensa como en la vida real esto es más la excepción que la regla. Por ejemplo, en los juegos olímpicos y la mayoría de las disciplinas de competición hay separación entre las categorías femenina y masculina. Esto se debe a la clara ventaja que un hombre tendría sobre una mujer si se enfrenta a ella físicamente inclusive con la misma habilidad y entrenamiento.

Esto generó desde un comienzo una relación de dependencia que hizo que nosotras desarrolláramos estrategias para conseguirlos, mantenerlos a nuestro lado y que hicieran lo que nosotras queríamos. Muchas de estas estrategias se basan en la manipulación tratando de ganar poder y control sobre ellos física y económicamente por cualquier medio posible.

La tecnología ha permitido que esta situación vaya cambiando poco a poco: en tan solo unas generaciones gracias a la industrialización y los aportes tecnológicos la fuerza física es cada vez menos necesaria para sobrevivir.

Hoy en día, ya no necesitamos de la fuerza física para hacerlo y por lo tanto no dependemos de los hombres en la forma que nuestros ancestros lo hicieron. 

¿Qué sucedió?

Ya a finales del S XIX las industrias se convertían en el modo principal de producción y generación de empleo. Las familias se desplazaban alrededor de las fábricas donde los hombres tenían la posibilidad de trabajar y ganar el dinero necesario para proveer a sus familias. 

En las dos guerras mundiales, principalmente en la segunda, ocurrió un fenómeno que sigue transformando al planeta hoy. La mayoría de los hombres en edad productiva fueron llamados al frente de batalla y las industrias se volcaron a la producción de suministros no solo para su sostén sino para la guerra. ¿Y quienes se encargaron de suplir los puestos de trabajo de todos estos hombres? Sus esposas, madres, hijas, hermanas, las mujeres que, en su ausencia, necesitaban seguir alimentando y dando techo a sus familias. Esto nos cambió para siempre. De forma masiva tuvimos la oportunidad de aprender oficios, trabajar, ganar dinero, sostener a nuestra familias. Tuvimos a cargo actividades directamente relacionadas con la supervivencia como municiones, transporte, alimentos, etc., esto nos dió un sentido de significancia e importancia. 

Hasta este momento nuestras funciones habían sido complementarias a las de los hombres, de pronto nos hicimos responsables de aquello más básico y fundamental para la vida, no solo nuestra sino de naciones completas. Formamos parte de un propósito más grande que nosotras y nuestros hogares, contribuimos a la defensa de nuestras naciones y a los ideales colectivos que en su momento las motivaban. Nos sentimos importantes y autosuficientes. 

Cuando alguien provee aquello que es fundamental para la vida esto le da un sentido de si mismo, en este caso nos volvimos heroínas, y aunque nadie nos lo reconoció públicamente, nosotras lo sentimos y esto alteró nuestra experiencia colectiva de ser mujeres. Nos dimos cuenta de lo inteligentes y capaces que somos y no quisimos volver a hacer cosas que ya nos parecían “sin importancia”. 

Al terminar la guerra en algunos casos nuestro hombres regresaron abatidos y buscando un sentido de normalidad, y en otros, simplemente no regresaron. De nuestro lado muchas de nosotras necesitamos seguir trabajando y otras no quisimos regresar al hogar. Esto generó gran resistencia en algunos contextos familiares y sociales a pesar de que cada vez en más países podíamos votar, estudiar carreras universitarias y nos eran reconocidos derechos inimaginables dos siglos atrás.  Vimos esta resistencia como una afrenta, nos vimos juzgadas como estúpidas e incapaces y nos sentimos heridas e insultadas.

Del otro lado tal vez lo que sucedía era diferente: los hombres veían que nosotras queríamos cambiar la institución del lugar de trabajo de la noche a la mañana y que realmente no teníamos la experiencia o el conocimiento para hacerlo, se sintieron amenazados y escépticos; y esto combinado con la necesidad de normalidad nos dejó en un enfrentamiento sin solución: Ahora los hombres eran el enemigo.

Pero en nuestros corazones nosotras naturalmente amamos a los hombres, son nuestros padres, hermanos e hijos, fue difícil y doloroso enfrentarlos. Por eso decidimos elegir un campo de batalla diferente al corazón: el intelecto. Empezamos a cambiar la forma en que pensamos de los hombres de manera que pudieran servir a la batalla, necesitábamos invalidarlos a ellos y validar a las mujeres, necesitábamos pensar que las mujeres somos mejores que los hombres. Lo sentíamos como una respuesta natural al insulto que vimos de parte de ellos, cuando alguien te insulta y lo degradas lo suficiente, el insulto duele menos. Si admiras a alguien y te insulta te duele, si crees que es alguien que no vale la pena, sigues como si nada hubiera pasado. Si combinamos estos insultos percibidos con algunos verdaderos maltratos y ofensas cometidos por algunos hombres y a esto añadimos la capacidad femenina de “correr la voz” tenemos una nueva percepción de los hombres que rápìdamente se formó y difundió. Nos volvimos extremadamente críticas de todo lo que los hombres hacen y cómo lo hacen porque teníamos que probar que las mujeres podemos hacerlo mejor.

Allí comenzó medio siglo de lucha constante para tener el derecho a hacer las cosas que “parecen importantes”. Cualquier trabajo, profesión, oficio o actividad que nos parece importante queremos tener el derecho a hacerlo; y eso está bien, ¿Por qué no habríamos de tenerlo?

Es así como en los años 1950 estalla el movimiento de liberación femenina que junto a los métodos anticonceptivos cada vez más seguros nos dieron el impulso para continuar manteniendo las posiciones alcanzadas y buscando nuevas.

Debido a que mucho de lo logrado en estos años sucedió en entornos regidos por reglas, modelos, cultura y valores masculinos y a nuestra natural capacidad de adaptación, cada vez más fuimos haciendo de estos modelos y valores algo nuestro, en otras palabras comenzamos a competirles a los hombres en su territorio y con sus reglas y a ganar espacios, reconocimiento y respeto antes solo otorgado a ellos. 

Sin darnos cuenta nos convertimos en hombres y de forma bastante exitosa. De pronto ya no los necesitamos para sobrevivir y por fin la posibilidad de una relación sin dependencia y en igualdad de condiciones está a nuestro alcance. Desafortunadamente para llegar aquí nos volvimos hombres y para estar en una pareja de forma armónica necesitamos ser nosotras mismas, en nuestro lugar. Desde el lugar actual lo que hacemos es seguir llevando el campo de batalla a la relación y no logramos salir de allí. Ahora nos relacionamos con ellos desde lo “importantes que somos y lo importante que es lo que hacemos” y estas son cualidades desconectadas de lo femenino.

Desde nuestro poder femenino lo que somos y contribuímos a la vida no solo es imposible que lo aporte un hombre, además “no tiene precio” Por nosotras los hombres han luchado y muerto desde que surgimos como especie. Pero nosotras somos ciegas a ello, no nos podemos ver ni reconocemos nuestro valor fuera de los modelos masculinos que hicimos propios.

Creemos que vamos por el mundo vulnerables e inclusive como víctimas, y en realidad vamos armadas de granadas y machetes y no dudamos en usarlos. Porque pensamos que los hombres son nuestros adversarios los tratamos de esa manera, nadie quiere que su adversario sea más fuerte que él. Entonces usamos toda clase de estrategias para debilitarlos, para robar su poder, pequeñas cosas que los van desangrando lentamente como la crítica y la queja o no permitir que lo que hacen sea “suficiente”. O grandes cosas más rápidas y efectivas como los insultos o ignorarlos completamente. 

Pero todo esto es totalmente innecesario.

Si comprendemos el origen de nuestro comportamiento e incorporamos una nueva mirada, un nuevo punto de vista,  herramientas y estrategias; podremos pararnos desde lo femenino y reconocer y respetar la forma en que los hombres hacen lo suyo desde lo masculino y dejar las relaciones adversarias estando juntos del mismo lado mirando hacia adelante.